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El héroe nada discreto

Las ideas de De Soto son importantes y deben discutirse, pero creer que son la causa y explicación de grandes fenómenos sociales es indefendible, por decir lo menos. Un artículo de Eduardo Dargent.

Publicado: 2014-07-03

Al listado de logros que se atribuye Hernando de Soto, recientemente algunos han intentado asignarle un supuesto aporte decisivo a la pacificación peruana tras los años de violencia política. ¿Cuánto de cierto hay en esta historia? Aquí el primer artículo del especial El Misterio de Soto, publicado en PODER (Edición N° 64, Junio 2014)


He´s one-trick-pony [...]/ He´s got one trick to last a lifetime (Paul Simon, One Trick Pony)

Una viñeta brillante de Mafalda es aquella en la que Miguelito señala a gritos que, gracias a su abuelo, él sabe que le debemos a Mussolini la llegada del hombre a la Luna. El razonamiento es simple: Hitler aprendió del fascismo italiano de Il Duce; los científicos alemanes desarrollaron un programa de cohetes; los estadounidenses usaron a esos científicos después de la guerra para su programa espacial. En conclusión, sin Mussolini, Armstrong no habría pisado la Luna. El orden de eventos en el tiempo se encadena, sin mayor explicación lógica, para llegar a una conclusión absurda.

Ciencia social al estilo “abuelo de Miguelito” es lo que han hecho Hernando de Soto y el ILD, con el apoyo entusiasta de El Dominical (11/5/2014) de El Comercio, al atribuirse la derrota de Sendero Luminoso. Ya un artículo en el mismo diario (30/3/2014), titulado “La nueva clase media nació en Ayacucho”, anunciaba el inicio de una nueva narrativa sobre la violencia. Pero la cereza en el pastel ha sido la edición de El Dominical. Allí nos enteramos de que las reformas impulsadas por el ILD para dar reconocimiento legal a comunidades campesinas y a los comités de defensa antisubversiva, así como las reformas para conceder derechos de propiedad a millones de informales, fueron lo que permitió arrinconar a Sendero y derrotarlo. Además, nos dicen, estas leyes hicieron a la sociedad más receptiva a las reformas de mercado, lo que permitió implementar el shock económico de 1990 sin oposición. La historia completa la pueden consultar en el suplemento, pero la moraleja es clara: sin Hernando de Soto, Sendero seguiría vivo, y el Perú, atrapado en el primer Alanismo por siempre jamás. Hasta ahora ha sido un héroe discreto, pero hoy nos presenta su gesta: “Esta es una historia no contada”. Y es en parte cierto, pues a ningún investigador serio que haya escrito sobre el tema se le había ocurrido antes.

Este intento de reescribir la historia constituye el mayor papelón que recuerde en un académico. Por absurdo que suene, creo necesario tomarlo en serio. El riesgo es grande, pues no sería la primera vez que una historia falsa se convierte en verdad compartida, especialmente si ya goza del padrinazgo entusiasta del diario de mayor circulación en el país. Sin duda, De Soto tuvo cosas importantes que decir sobre el Perú de los ochenta, como explico más abajo. Pero vincular esas reformas con la pacificación es dar un salto lógico injustificable. Antes de explicar por qué, permítanme detallar de dónde viene esta extraña necesidad de atar la derrota de Sendero a los derechos de propiedad.

One-trick pony


El término se refiere a quienes tienen una rutina, una obra, una idea que los hace conocidos y por la que serán recordados. Una, y solo una. La frase no tiene necesariamente una connotación irónica: la falta de repertorio no significa fracaso, pues esa única idea puede ser buena. Hernando de Soto es un ejemplo académico de este tipo de individuo. Desde que publicara (en coautoría) El otro sendero, su nombre se asocia a los derechos de propiedad. Lo que vino después en El misterio del capital y en diversas conferencias fue más de lo mismo, una nueva vuelta de tuerca a sus ideas centrales. Derechos de propiedad, una y otra vez.

Podemos discrepar o coincidir con sus ideas, pero es imposible negar que con ese repertorio De Soto se convirtió en el peruano que más impacto internacional ha tenido en el campo del desarrollo. ¿Por qué? Por un lado, porque presentó una idea contraintuitiva: a pesar de las apariencias, existe riqueza en las sociedades pobres. Para descubrirla y hacerla crecer, hay que reconocer y garantizar derechos de propiedad, dar certidumbre a los intercambios de individuos que ya están luchando con uñas y dientes por alcanzar mejores vidas. Gracias a este reconocimiento, la mera posesión pasará a ser propiedad, liberando fuerzas creativas que contribuirán al desarrollo. Un discurso atractivo para quienes veían a Estados depredadores y burocracias corruptas parasitar a sus ciudadanos. Además, el discurso venía con una receta: simplificar los trámites para reconocer estos derechos y reforzar las organizaciones estatales encargadas de garantizarlos.

El otro sendero fue debatido ampliamente en la academia, pero no porque la mayoría de sus lectores estuvieran de acuerdo con su contenido. Por el contrario, estas ideas claras y simples servían para tender la mesa y pasar a muy duras críticas tanto del diagnóstico como de su receta de solución. Para empezar, la diferencia entre formalidad e informalidad planteada en la teoría es exagerada: en muchas sociedades ya existen diversos mecanismos para garantizar la propiedad que son distintos del reconocimiento legal, del registro y de la regularización jurídica de aquella; por esta razón, los pobres no obtienen tanto valor al reconocerse legalmente sus derechos: su informalidad ya tiene valor de mercado. El registro legal es una forma de seguridad, pero no la única. Richard Webb y su equipo de investigadores analizaron la propiedad informal en el caso peruano y concluyeron, precisamente, que existen diversos escalones entre el registro formal y la total informalidad.

Además, la receta de solución suena simple, pero es difícil de implementar y hasta ingenua en su promesa. La consecuencia lógica del diagnóstico es que necesitamos un Estado más fuerte para poder agilizar y garantizar esos derechos de propiedad (y no el desmembramiento del Estado para que no estorbe, como suelen leer en el libro los libertarios locales). Esto es, mejores burocracias, con llegada al territorio y fuerza para ejecutar sus decisiones. Un Estado capaz de domar la informalidad, no solo de celebrarla. Pero en toda sociedad hay poderosas fuerzas que se oponen a cambios que modificarán el control de los recursos. Los ganadores del statu quo sabotearán reformas que cambien las reglas de propiedad y fortalezcan la burocracia. Las instituciones son, en buena medida, imagen de un contexto económico y político, determinadas por el poder real en una sociedad, por lo que es muy difícil para un equipo de sabios cambiarlas a voluntad.

Estas críticas hicieron mella en el lustre de El otro sendero. Fue perdiendo atractivo en círculos académicos, donde las discusiones sobre las instituciones, como los trabajos de Douglass North, Francis Fukuyama o, más recientemente, Daron Acemoglu y James Robinson, se concentraron en entender las resistencias y condiciones adversas para que nazcan instituciones saludables. Un aspecto, por lo demás, que ya conocían muy bien viejos teóricos del desarrollo, de la sociología y de la economía política como Albert Hirschman. Esta pérdida de atención académica, sin embargo, no implica pérdida de influencia. Los múltiples proyectos del ILD en países en desarrollo muestran que De Soto y su instituto han sido capaces de mantener viva su agenda. Cada cierto tiempo emerge con una nueva explicación para un evento o una solución a un problema basada en (¡sorpresa!) los derechos de propiedad: los atentados contra las Torres Gemelas, la captura de Bin Laden, los sucesos de Bagua, la Primavera Árabe, la crisis financiera internacional. Pero, a nivel académico, la teoría y la receta, sin duda, han perdido novedad.

Desde hace unos meses, sin embargo, De Soto nos sorprende con una historia que le permite recuperar posiciones, aunque sea en el ámbito local: él y el ILD nos salvaron de Sendero Luminoso, y a ellos les debemos la pacificación. Y claro, como no podía ser de otra manera, la clave de todo esto son… sí, adivinó: los derechos de propiedad.

El héroe discreto


Como profesor de ciencias sociales, intento mostrar a mis alumnos lo difícil que es establecer explicaciones causales, relaciones entre causas y efectos. Dos de los principales problemas que se oponen a la buena teoría son la tendencia que tenemos a simplificar las cosas y el deseo de que nuestras creencias e ideas se prueben ciertas. Estas tendencias llevan comúnmente a una mala ciencia social, haciéndonos seleccionar la evidencia que nos conviene y rechazar o minimizar el efecto de todo aquello que se le opone.

Eso es lo que encontramos en aquella edición de El Dominical. Ahí, la línea de tiempo que recoge a los muertos del conflicto en zonas rurales y urbanas es salpicada con hechos en los que aparece el ILD para concluir que las reformas a los derechos de propiedad determinaron los giros de la guerra y el final de Sendero Luminoso. No tengo espacio para señalar todas las inconsistencias del especial dominical; ya Gustavo Gorriti ha apuntado cómo simplifican en extremo el tema de las rondas campesinas. Pero sí quiero señalar cuatro de esas inconsistencias que me permitirán de hoy en adelante usar esta edición de El Dominical para mostrar a mis alumnos por qué De Soto y su think tank hacen todo lo contrario de lo que, como académicos, se espera de ellos.

Primero, en la versión presentada no existen otros factores que expliquen el resultado, factores que, en mi opinión, son mucho más importantes que las reformas mencionadas, y a los que solo se alude como una consecuencia, un derivado, de su historia. No se menciona el cambio de estrategia militar de fines de los ochenta, que acercó a los militares a la población y que modificó las tácticas antisubversivas adoptadas hasta entonces. Tampoco se señala que el ejército ya coordinaba con las rondas desde antes de su reconocimiento formal. No se dice nada sobre el papel jugado por la inteligencia policial. Esta es una historia con una sola causa; las demás, mucho más plausibles para explicar el desenlace, son invisibles.

Segundo, es absurdo señalar que la razón por la que las personas se opusieron a Sendero es principalmente por ser propietarios. Una explicación más intuitiva pasa por señalar lo obvio: las personas se defienden cuando las quieren matar o esclavizar. Campesinos y microbuseros se opusieron a Sendero, como señala el suplemento dominical, pero no principalmente en defensa de su propiedad, sino en defensa de sus vidas. Y si se trata de propiedad campesina, ¿por qué es más relevante el reconocimiento al que apela De Soto en los años ochenta que, digamos, la reforma agraria u otras reformas que ya habían garantizado la propiedad de comunidades campesinas?

Tercero, en un país en el que la ley tiene un efecto limitado debido a la debilidad estatal, atribuir fenómenos sociales a las normas es ingenuo. La informalidad crecía en esos años, y es más que probable que estos informales se hubiesen comportado de igual manera con o sin reformas del ILD. Esos grupos informales ya estaban allí; sus conductas políticas y económicas, también. El reconocimiento puede haber tenido otros efectos positivos, sin duda, pero considerar que el registro legal marcó la relación antagónica con Sendero no resulta verosímil. La sociedad no era compatible con las recetas totalitarias de Sendero, pero ello trasciende las reformas del ILD.

Finalmente, los eventos se tuercen con fórceps para darle solidez a la historia. En el mundo de Hernando de Soto, Guzmán llega a Lima arrinconado por sus reformas, cuando en realidad Guzmán estaba desde mucho antes en la ciudad. Contra lo señalado, el Estado sí se alió con grupos ilegales para enfrentar a Sendero antes del reconocimiento formal de las rondas. Lo hizo con las propias rondas, como ha recordado Gustavo Gorriti. ¿Y acaso no ha escuchado De Soto hablar de la relación del Ejército con narcotraficantes para evitar que paguen cupos a los senderistas? En el mito, las reformas del ILD hicieron a la sociedad más proclive a aceptar el shock económico. No se dice que esa población votó por Fujimori como el candidato que prometía no aplicar el shock; más allá de sus virtudes o defectos, el shock fue impuesto, no consensuado con la sociedad. Tampoco se dice que en otros países con similares niveles de crisis, como Argentina, la población también aceptó las reformas como salida a una situación extrema.

Por todo ello, esta es una mala explicación. Las virtudes de las recetas del ILD y de De Soto pueden debatirse, así como sus contribuciones puntuales a la reducción de la violencia. El reto ideológico de El otro sendero al Sendero genocida, que le valió a Hernando De Soto un intento de asesinato, debería ser más discutido de lo que ha sido hasta ahora. Y, por supuesto, también debe discutirse más su lectura de la informalidad urbana en el Perú, pues cuestionó interpretaciones académicas que la entendían en forma excesivamente romántica y comunal. El libro de Hernando de Soto desentumeció la conversación. Pero reclamar la derrota de Sendero es indefendible.

Manipulación con muertos


No tengo idea de con qué intención se ha armado toda esta historia, y me cuesta creer que alguien serio se la crea. Pero sí sé bien por qué me molestó leer esa edición de El Dominical: lo que se presenta como una gesta de gloria se construye sobre muchos muertos, sobre las tragedias de muchos héroes y villanos (a veces compartiendo roles), sobre las vidas de campesinos que, por oponerse a Sendero, fueron masacrados a machetazos, las de soldados que dieron su vida luchando contra un movimiento totalitario y genocida, y las de otros que cometieron atrocidades contra quienes debían defender. Esto es una tragedia, no una gesta; es algo que el país debe procesar desde diversas miradas, algo cuyas causas, y también sus legados, todavía son confusos. No es una historia para un protagonista. Que venga un señor a explicarnos que el gran héroe discreto de la derrota de Sendero fue él no solo es pomposo, egocéntrico y simplista: es indolente.


Escrito por

Revista Poder

Revista mensual de economía, negocios y cultura. Twitter: @poderperu


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