Escribe: Alberto Vergara (*)
En las últimas semanas hemos visto a varios candidatos presidenciales buscando desligarse de la apiñada cofradía derechista y jurarnos su carácter centrista, si no de izquierda directamente. Haciendo caso a analistas, consultores y publicistas, el peregrino presidenciable ha empezado su travesía hacia la tierra prometida centrista donde, se asegura, escasean los candidatos y sobran los votos. Ahora bien, ¿qué puede significar el “centro” en un país sin partidos, sin ideologías y donde políticos y electores tienen a toda hora, como el Evaristo Carriego de Borges, la lealtad disponible? Aquí algunas ideas sobre el centro inexistente y, sin embargo, omnipresente.
Bienvenido a la fiesta swinger
Comencemos por lo evidente: el “centro” es una noción ideológica. Alude a un punto medio entre la derecha y la izquierda, distinguidas, generalmente, por consideraciones económicas. Para ponerlo en simple: la derecha buscará que los mercados sean libres y la izquierda que el Estado intervenga en ellos. El grado de liberalidad e intervencionismo puede variar de mil maneras, pero ahí yace el principio último. El centro será, entonces, una posición ideológica intermedia respecto de esta división de carácter económico. Por ejemplo, durante los ochenta, el APRA jugaba tal papel al ser menos estatista que las izquierdas y más que los partidos de derecha.
Sin embargo, los partidos, como los unicornios, van desapareciendo. Y con ellos las ideologías. Como enseña la literatura sobre sistemas de partidos, estos atraen a votantes ideológicamente afines, pero esos electores consolidan sus creencias porque prefieren a dicho partido reiteradamente. Un elector no se hace liberal o socialista porque se quema las pestañas leyendo a Hayek o a Marx, sino porque milita o vota repetidamente por un partido liberal o socialista. Así, se entiende que las ideologías y los programas jueguen un papel marginal en la vida política nacional: a la debacle partidaria siguió la debacle ideológica.
Puestas así las cosas, los participantes de la fiesta electoral peruana no son fieles electores y leales candidatos: la fiesta electoral es un tono swinger. En los países donde los partidos son fuertes, el swinger es minoritario y, de manera más general, el ciudadano que alterna su voto por diferentes partidos es la excepción y, por tanto, la presa más codiciada. Pero en el Perú el swinger es la norma. Y el relajo swinger lleva mucho tiempo rodando. Todos nos hemos acostumbrado a su fluidez, a sus libertinas reglas, y nadie recuerda ya cómo era eso de la monogamia. Es más, ¿quién querría volver a esa vaina?
No los políticos, verdaderos profesionales del swinging partidario e ideológico. Pueden vilipendiar el shock económico y aplicarlo apenas se enfundan la banda presidencial; ganan una elección denunciando los tratados de libre comercio pero firman cuantos pueden al estar en el poder; y, ni bien aterrizan en Palacio de Gobierno, el pecado minero muta en irrenunciable bendición. El oportunismo da la hora. Ante tal situación, los electores tendríamos que ser unos reverendos tetelemeques para votar por programas o ideologías. ¿Qué hacemos, entonces? Swingeamos de alma. Votantes de Álex Kouri se van con Susana Villarán, los de Humala migran a Keiko Fujimori y el “antifujimorista” Urresti crece a expensas de la propia Keiko y no de alguna opción “antifujimorista”. Ni la ideología ni la adscripción partidaria, evidentemente, originan estos acostumbrados bandazos electorales. Los empresarios, por su parte, también han internalizado las reglas swinger y aceitan el sistema cada cinco años: ¿para qué invertir en una lotería partidaria cuando pueden ponerle un billete a todos los huachito-candidatos? Ante este intenso y general ajetreo oportunista, es natural que todas las investigaciones internacionales sobre la importancia de los programas en los sistemas políticos nos ubiquen entre aquellos donde estos son más irrelevantes.
Recapitulando, el centro refiere a una condición ideológica, pero sin partidos no hay ideologías y ante su ausencia nos hemos acostumbrado a la abierta promiscuidad política… ¿No hay centro, entonces? No precisamente. Más bien, la situación nos obliga a pensarlo de otra manera. En primer lugar, que no hay uno sino muchos centros. Y, en segunda instancia, que al carecer de partidos y de programas firmes, es el candidato, a través de sus dones personales, quien debe emanar una suerte de aura que acumula y sintetiza varios de esos múltiples centros. Así, más que a un asunto ideológico, cuando aludimos al “centro” hacemos referencia, en realidad, a la vaga e impresionista moderación de cierto candidato.
Por ejemplo, ¿por qué todos los analistas consideran que Gastón Acurio sería el candidato centrista ideal? No lo es porque le conozcamos un sistema de ideas para gobernar el país. Lo es, más bien, por una suma de factores personales que se traducen ideológicamente. En términos económicos, es un empresario de éxito, lo cual, asumimos, lo aleja de la izquierda. Pero su práctica empresarial tiene un sentido de patria, una simbología de comunidad nacional, absolutamente ausente en la derecha peruana. En términos más institucionales, lo adivinamos democrático porque el apellido aparece vinculado a la tradición de Acción Popular. Y si es limeño, la familia cusqueña lo ata al Perú andino. Finalmente, pero relevante, el pelo largo, su oficio y la simpatía, lo diferencian inmediatamente del rancio abogado o economista de derecha así como del frustrado intelectual líder izquierdista. De esta manera, su centralidad proviene muy secundariamente de un programa o actividad política. Sin partidos, ciertas características del personaje son traducidas a términos ideológicos y otras ni siquiera son traducidas, sino leídas directa y gregariamente: ¿tiene vínculos con provincias o es eminentemente limeño?, ¿es cobrizo o colorao? En síntesis, sin partidos, el mensajero es el mensaje.
Entonces, a partir de este ejemplo podemos inducir las líneas de división sobre las cuales un candidato construye su perfil (y, eventualmente, uno moderado). En primer lugar, hay un plano económico tradicional (derecha e izquierda) y, en segunda instancia, otro institucional (que distingue entre autoritarismo y democracia). En una dimensión regional, se necesita un equilibrio entre Lima y las provincias del Perú. Finalmente, en un sentido simbólico, hay que recorrer la cuerda floja que va del país más integrado al rural y olvidado. Como el ejemplo de Acurio muestra bien, su condición de “centrista” no surge de la dimensión económica (donde asumimos que está a la derecha) sino de su posición en los otros ejes. En países con partidos sólidos, moverse de derecha a izquierda o viceversa requiere hablar de dinero, de impuestos que afectan a ciertos bolsillos y benefician a otros. Pero en el Perú, ante una esfera pública tan conservadora, basta con hablar de instituciones, derechos civiles o políticos, para ser inmediatamente percibido como un izquierdista. Moderarse es gratis.
Buscando un moderado
Según la encuesta Latinobarómetro del 2013, el 45% de los peruanos se califica políticamente como de “centro”. Es la tasa más alta en la región. Mientras que, tanto la derecha como la izquierda, congregan 15% de la población (todos, porcentajes bastante estables en el tiempo, por cierto). Así, la Meca centrista promete abundancia de electores. Ahora bien, alcanzar el centro no garantiza el éxito. En el 2006 Alan García se impuso, siendo el candidato “centrista” entre Lourdes Flores y Ollanta Humala, pero en el 2011 el centro terminó tasajeado en varias candidaturas y ninguna alcanzó la segunda vuelta. Es decir, el centro da réditos… si lo hegemonizas. Así, las estrategias de un candidato siempre están condicionadas por las de otros. De tal modo, teniendo en cuenta la caracterización del centro como una moderación variada e impresionista perteneciente al individuo-candidato, ¿cuáles de nuestros presidenciables pueden encarnarlo y por qué vías? Los dos más necesitados de moderación son Alan García y Pedro Pablo Kuczynski. Ante la solidez de Keiko Fujimori, precisan alejarse de ella.
García ha empezado a dar señales. En cuanto a discurso, ya saben, él no le puso el título a su artículo “El perro del hortelano”, y, en un plano más político, si los fujimoristas se abstuvieron de darle la confianza al premier Pedro Cateriano, los apristas se la brindaron. Lo primero intenta moderarlo en los ejes simbólico y económico, y lo segundo busca desenterrar bríos democráticos. ¿Podrá García recuperar en un año las credenciales centristas que dinamitó en una década? El camino se ve cuesta arriba. En cada uno de los ejes de discusión, García se instaló plenamente del lado conservador. Su segunda presidencia fue, simultáneamente, indolente con el país desaventajado, limeñísima. En términos institucionales –como ha notado Mirko Lauer–, es sintomático que la palabra “aprofujimorismo” se hiciera moneda corriente. Ambos constituyeron un bloque conservador que lleva diez años defendiendo las mismas banderas y petardeando a los mismos adversarios. Ahora bien, a diferencia de otros candidatos asentados en la derecha, García tiene la ventaja de poder moderarse en el eje económico. En el 2004 marchaba con la CGTP contra el modelo hambreador neoliberal, y luego creó el Frente Social. Conoce el lenguaje de la redistribución. Tal vez lo ha tenido en barbecho. No obstante, en las otras dimensiones su tránsito hacia el centro se hará penoso. Pero posee una gran ventaja: la raíz populista. Como el peronismo o el PRI, el APRA y García harán lo que haga falta para recuperar el poder. Por definición, el populismo es sinuoso: lo suyo es el poder y no las doctrinas. Finalmente, es posible que los problemas principales de García no sean los de adaptación electoral, sino que provengan del lodazal de narcoindultos, Oropezas y Chingueles, que lo salpican cada día.
PPK también ha emprendido el recorrido centrista. A diferencia de García, tiene grandes dificultades para comprender el mundo no económico. Su universo es el de un gerente y hasta ahora recuerdo, con disgusto, sus alaridos disforzados: “¡Los partidos apestan!”. Contrariamente a García, está incapacitado para moderarse en el eje económico. Es y será un derechista confeso. Aunque su papá fuese médico (¿?). En términos simbólicos y regionales la cosa también está complicada: tiene un pasaporte gringo, es un ricachón y nunca ha despertado ninguna empatía con el país no limeño y/o empresarial. Y, sin embargo, la decepción con el elenco estable es de tal magnitud que puede pelear por ser el mal menor de la temporada. La dimensión que podría ayudarlo a moverse hacia el centro es la institucional. Comenzar a apostar por reformas, del poder judicial o de la policía, acercarse a la agenda de derechos humanos, coquetear con las nuevas gestiones del Midis o del Ministerio de Educación, embestir al fujimorismo, etc… Este tipo de movimientos le resultarán mucho menos costosos que a García.
Ahora bien, el “centro” que parece faltar es uno proveniente de los sectores que se sumaron a Humala en la segunda vuelta del 2011. Aunque lo hayamos olvidado, Keiko, García y PPK estuvieron juntos en el bloque perdedor de aquella segunda vuelta. Es paradójico que las encuestas estén dominadas por quienes fueron rechazados mayoritariamente en una elección tan polarizada y reciente. Lo natural sería, entonces, que aparezca el otro “centro”, el que eligió a Humala como mal menor. ¿Quién puede ocupar ese lugar? Muchos pretenden conseguirlo, pues perciben correctamente que hay un electorado a la expectativa. Alejandro Toledo, a pesar de haber llegado cuarto en la última elección presidencial, piensa poder rescatar viejos bríos centristas. Y, sorprendentemente, las encuestas le dan más vida de la que suponíamos. Asimismo, las entrevistas que ha brindado recientemente Beatriz Merino también la ubican de este lado de la moderación. Al igual que PPK, Merino tiene un perfil de derecha en el plano económico, pero a diferencia de aquel, posee una trayectoria que la acerca mucho más naturalmente a la moderación en los otros ejes de análisis. Su paso por la Defensoría del Pueblo y un discurso que resalta la desigualdad ciudadana la ubican desde el saque en el lugar que a PPK le costará alcanzar. Lourdes Flores también podría procurar este lugar si decidiese candidatear. El exitoso apoyo a Susana Villarán cuando se intentó revocarla, por ejemplo, podría diferenciarla inmediatamente del “aprofujimorismo”. En última instancia, el mejor aliado de los centristas que no estuvieron en la coalición Keiko-Alan-PPK del 2011 es, en realidad, que gran cantidad de gente está desesperada por opciones distintas de esas tres.
Un comentario final. En países con partidos las transformaciones programáticas son muy pesadas y lentas de realizar. Para que un partido de izquierda y sus candidatos, por ejemplo, busquen el centro, deben invertir mucho en convencer a sus bases y a sus votantes, y corren el riesgo de la disidencia. Aquí, en cambio, el político puede mutar con mucha más ligereza sin arrastrar a un elefante organizativo. En el Perú cuatro memes ingeniosos pueden cambiar una elección. El meme o la representación. Con partidos sería imposible. Así, si a usted le parece que la moderación de algún candidato es imposible, reevalúelo.
Pa’ moderados, los bomberos
Tras 15 años de democracia con crecimiento económico, los peruanos no evalúan positivamente ni a sus instituciones ni a sus gobernantes. Según cifras del Latinobarómetro, el promedio de peruanos satisfechos con la democracia entre el 2001 y el 2013 fue 19%. Muy muy por debajo del resto de la región. Es importante subrayarlo porque, aunque una mirada rápida al país revela que la gente está disgustadísima (vamos, asadaza), la comparación internacional debería llamar aun más la atención sobre esta vinagrera, profunda e inalterable, y sobre sus posibles consecuencias.
Tal contexto es relevante para plantear una pregunta final: ¿es la peregrinación “centrista” una apuesta lucrativa para todos los presidenciables? Sospecho que en este momento no lo es ni para el fujimorismo ni para la izquierda. Steven Levitsky ha sugerido en varias ocasiones que Keiko Fujimori necesita convertir su partido en una derecha democrática si quiere conseguir la presidencia. Si no lo hace, lo más probable es que pierda la segunda vuelta, pues el rival siempre cosecharía el antifujimorismo. Humala, que era el rival más fácil de todos, razona Levitsky, no pudo ganarle. Aunque yo también quisiera un fujimorismo democrático, creo que el argumento sobreestima la capacidad de reproducción del escenario 2011. El fujimorismo recoge en este momento el fastidio del electorado peruano. No es la voz de los indignados, pero es el quechi de los rabiosos. Gestos paniaguistas que Levitsky y yo aplaudiríamos lo acercarían al establishment que su elector detesta, invitándolo a migrar hacia un candidato más anti-sistémico (Urresti, Mauricio Diez Canseco, da igual). De otro lado, es cierto que ella perdió ante un muy mal candidato, pero varias cosas cambiaron desde entonces: Keiko trabajó en todo el país, la corrupción generalizada ha terminado limpiando al fujimorismo pues la apreciación ahora es que todos son unos ladrones, la inseguridad y la desaceleración económica serán los temas principales de la campaña y, finalmente, hoy Keiko ya no parte del 20% inalterable que mantuvo en toda la campaña precedente, sino del 30%. Si combinamos estas nuevas condiciones con la decepción profunda de la ciudadanía, no percibo grandes incentivos electorales para la moderación. Alguna vez Carlos Raffo llamó al fujimorismo el “antisistema responsable”. Por ahí anda la fórmula.
La izquierda, me parece, enfrenta una situación semejante. Alrededor del 15% de la población afirma recurrentemente ser de izquierda. Ante la deserción de Humala y del nacionalismo, es un sector necesitado de representante. Si a esto agregamos la decepción de sectores rurales con este gobierno y el manejo de los conflictos, la combinación y/o superposición de esos electorados es un llamado a una izquierda combativa. Al igual que el fujimorismo, no veo qué ganaría moderándose. Tierra y Libertad parece haberlo comprendido. Verónika Mendoza dejó en claro en la entrevista que apareció en esta revista hace un mes que apuestan por una izquierda intransigente. Con eso no van a ganar la elección, pero tienen muchas más posibilidades de crecer que si optasen por diluirse en una masa de izquierdistas añejos y oportunistas. Y, además, deben haber llegado al convencimiento de que la moderación de Susana Villarán en la gestión de la Municipalidad de Lima no sirvió de nada. Una moderación estéril que no desean para ellos. Ahora bien, yo percibo una dificultad estructural en la izquierda, incluyendo a la joven e inteligente Mendoza. No consiguen articular un discurso de futuro. Nadie ha ganado una elección a partir de la amargura que le produce el neoliberalismo. Y esto es válido para cualquiera: se seduce a los ciudadanos con un horizonte no arrastrando penas. Al verlos uno quisiera unirse a Robert Plant cuando preguntaba: does anybody remember laughter?
En síntesis, si el contingente vasto y diverso de furiosos sigue engordando en el Perú, el fujimorismo y la izquierda intransigente tienen razones para no sumarse al riesgoso negocio de la peregrinación centrista.
(*) Artículo publicado en la revista PODER, junio de 2015